Yo no tenía dinero, no tenía posibilidades de ir a los Juegos Olímpicos. No encontraba la fórmula para ir. La federación de Venezuela no quería que fuera a ninguna parte porque íbamos a hacer el ridículo.
Mi hermano, que fue un gran aviador, tenía un amigo en la embajada británica que se llamaba Raymond Smith. Yo no lo sabía cuando le pedí que hablara con alguien en la embajada para ver cómo podía tener alguna ayuda para ir a Londres.
Conseguimos la cita. Allí me recibió el embajador, un hombre muy flemático como son los ingleses. Simpático, pero con esa prestancia de los ingleses.
La participación de León en Londres 1948 fue posible sólo después de innumerables peripecias.
–¿Qué desea? –preguntó.
–Yo tengo la ilusión de ir a su país a presentarme en las Olimpiadas, para mí es un sueño y quería ver si me podía ayudar. –Pensaba en dinero, pasajes, cualquier cosa que pudiera servir para ponerme allá en Londres. Se metió cinco o seis minutos para su oficina, retornó a donde estábamos.
–Joven, usted va para Londres, ¿cuándo quiere salir?
–Pues cuando sea, lo más rápido posible.
Entonces me explicó que había un avión de transporte de cosas oficiales para la embajada. Era un Lancaster del tiempo de la invasión de Normandía que el almirantazgo inglés llamaba el "avión lechero", como si fuera un repartidor, sólo que repartía correspondencia.
–Bien. Ya le avisaremos. ¿Está contento?
–Sí, aunque lástima que mi esposa se tenga que quedar, pero qué se le va a hacer, hay que sacrificar algo.
–No, ella también va si quiere. ¿Y necesita que vaya alguien más?
–Bueno, mi entrenador.
Ahí terminó la conversación. En dos días nos pidieron que fuéramos al aeropuerto de Maiquetía. Ningún hombre de la federación fue. Pero había unos cronistas deportivos que creían en mí, uno era Juan Antillano Valarino, también Andrés Miranda, de El Universal y Franklin White.
El VIAJE
Estuve en el aeropuerto a las seis de la mañana "British time". Allí se presentó un joven de unos 26 años que era una especie de aeromozo.
""Dónde iremos nosotros", pensé. Entonces nos pusieron en los compartimentos de las ametralladoras, uno al frente y el otro atrás"
Julio César León
–Señor León, acompáñeme. –Lo seguimos a la rampa donde estaba el avión. Estaba tan emocionado que me fui a subir antes, olvidándome de cualquier gentileza. El aeromozo me dijo "no, primero las damas".
Entonces se subió mi señora, después el entrenador y finalmente yo. A ella la pusieron donde los pilotos, en una poltrona que había para telegrafistas. El avión estaba llenos de cajas, de correspondencia. "¿Dónde iremos nosotros?", pensé. Entonces nos pusieron en los compartimentos de las ametralladoras, uno al frente y el otro atrás. Así salimos.
Paramos en Trinidad, San Vicente, en todo lo que tenían los británicos por el Caribe. La última parada fue Bermuda. Ese vuelo duró cuatro horas, era lo que estaba más lejos. Llegamos rojos como un camarón. La cabina de las ametralladoras era una cúpula para ver alrededor y nos daba el sol, estaba muy fuerte.
Llegamos a Bermuda para hacerle una revisión al avión. Nos dijeron que íbamos a salir en unas dos horas y que comiéramos algo por las tiendas. Así lo hicimos. Cuando nos devolvimos a una sala de espera, vienen y nos dicen no podemos ir porque hay mal tiempo. Pasaron cuatro o cinco horas. Milagrosamente el tiempo mejoró. De vuelo eran 36 horas, más las paradas.
LA INSCRIPCIÓN
La organización se estaba portando muy bien. En ese tiempo fue la primera vez que vi televisión. Luego recibimos la llamada diciendo que lo primero que teníamos que hacer era inscribirnos.
Cuando fui al departamento que estaba organizando las carreras me dijeron "usted no puede correr aquí porque las autoridades de su país no le dan permiso".
Eso fue un golpe muy duro, me dieron ganas de llorar, tanto esfuerzo. Me dijeron "llame a su país a ver si puede arreglar eso". Me prestaron el teléfono y llamé al doctor Julio Bustamante que era el presidente del Comité Olímpico Venezolano y al secretario José Beracasa.
–Mira Julio César, no te preocupes, en cuanto haya un pasaje y arreglemos nuestros papeles, vamos a estar allá.
A los tres días llegaron. Y se presentaron a las autoridades. Con la grata sorpresa de que trajeron a Juan Antillano Valarino, el reportero que me había ido a despedir al aeropuerto.
Nos presentamos ante las autoridades deportivas inglesas y el doctor Bustamante preguntó cuál era el problema.
–Que no puede correr porque tiene una prohibición de las autoridades.
–Mire, él sí puede correr porque la autoridad del deporte venezolano soy yo. Yo soy el presidente del comité olímpico y aquí está el secretario, el comité en pleno, –respondió el doctor. Así resolvió todo.
SIN BANDERA
Como cualquiera que está concentrado en el deporte, primero era la bicicleta, primero era el inflador, primero es la cadena, primero son los tubulares, primero es el manubrio, el maillot, francamente no pensé en la bendita bandera nacional.
Un argentino me dijo: "Bueno y dónde está tu bandera".
–¿Cuál bandera?
–Bueno la bandera del desfile.
Ahí fuimos a buscar una bandera a casa del embajador de Venezuela en Inglaterra. Llegamos y era un señor de librea.
–¿Qué quiere?
–Hablar con el embajador, soy representante venezolano en las olimpiadas. Necesito un pabellón nacional para el desfile inaugural
–El lunes vaya al consulado para que él lo ayude.
Eso era un jueves y la inauguración un sábado, si mal no recuerdo. Ahí compungidos, salimos a ver qué hacíamos. Salimos en el metro y empezamos a pasar las estaciones: Marble Arch, Lancaster Gate, Oxford Circus, etc. Hasta que por fin, en una vimos una tienda de telas.
Compramos un metro de amarillo, un metro de azul y un metro de rojo, y mi mujer cosió la bandera. Usamos un palo de escoba y con un gancho arriba. Y esa fue la bandera con la que fui al desfile, solo.
ASADO ARGENTINO
Como tenía amigos en la Argentina, los ciclistas eran panas míos. Yo los conocía de correr por Sudamérica y ellos me conocían a mí.
El general Perón era el presidente de la República. Era un hombre que apoyaba mucho el deporte y mandó un barco lleno de carne, de queso, de leche, de todo tipo de comida, porque en este continente no escaseaba nada de eso.
En Londres había tenido que comer hasta carne de caballo y sardinitas del Támesis. Entonces, Jorge Sobrevila, al que le había ganado en Argentina, me dijo: "Mira Julio, voy a hablar con el presidente de la delegación para ver si te hace un puestico ahí para que puedas subir al barco".
Ahí empecé a comer carne argentina, leche, queso, de lo más sabroso. Gracias a eso, en Londres no había comida, había una devastación tremenda. Por eso hay que admirar el esfuerzo que hicieron los ingleses para llevar a cabo esos juegos.
LA CARRERA
En la prueba que más posibilidades tenía era el kilómetro contra el reloj. Yo había hecho en 1'12", 1'13". Pero los días eran como siempre en Londres, de pronto había calor, de pronto había frío y eso me hizo mucho daño.
El día de la carrera comenzó a llover y, por supuesto, las autoridades no podían continuar con la carrera. Entonces hubo que esperar que la pista se secara. Pasaron tres horas.
De pronto, 'vengan a la pista'. No tenía rodillo para calentar las piernas, ni salir a la calle porque estaba lloviendo. Así salí con las piernas frías y eso es desastroso. Hice 1'14". Ganó Dupont de Francia con 1'12"30.
También corrí la prueba de velocidad. Eso es por sorteo. Tuve la mala suerte que me tocó un hombre llamado Mario Ghella, que era campeón de Italia, Mundial y ganó el título Olímpico. Me ganó por poca distancia, pero me ganó. Y así quede eliminado.