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martes, 27 de septiembre de 2016

Ángel Simón Petit Arevalo pronunció el discurso de orden del 50 aniversario del Ateneo de Punto Fijo

Medio siglo del ateneo "Es tanta gente...tanta gente

Ängel Simón Petit y Rubén Ismael Padilla una imagen historica.

MEDIO SIGLO DEL ATENEO
(ES TANTA GENTE…TANTA GENTE)

Discurso de Orden del Licdo. Simón Petit Arevalo en la
Sesión solemne de la Asamblea Legislativa del estado Falcón con motivo de los primeros  50 años de fundado el Ateneo de Punto Fijo.
Punto Fijo, 27 de septiembre de 2016

Audio del discurso, pisa el reproductor
La primera vez que entré en la antigua sede del Ateneo de Punto Fijo fue a mediados de 1976. Recuerdo que esa noche estaba el prof. Román González tocando trompeta en unos de sus ensayos y así como entré, salí. Andaba de lo más radical por mi militancia en el PRV-Ruptura con mis escasos 14 años y consideraba este tipo de instituciones un recinto de personas excluyentes de la población marginal, élites encumbradas y almibaradas en las bellas artes con su disfraz atravesado y por tanto enemigos de la cultura popular además de reformistas que amparados en la izquierda electorera se hacían llamar intelectuales de avanzada.
Esa fue la imagen, hasta que comencé a ver que este ateneo era muy distinto a los del resto del país. Su integración con las reivindicaciones populares y su participación en las luchas puntuales del momento, como por ejemplo, la creación de la Universidad Francisco de Miranda, la municipalización del gas, las jornadas de solidaridad con la revolución nicaragüense y salvadoreña, la defensa del Cerro Galicia, entre otras tantas, me hicieron cambiar de opinión y considerarlo como lo que es y aspiramos seguirá siendo: un ateneo revolucionario, de cambios y progreso para la ciudad y verdaderamente ligado al pueblo, quien siempre espera que le siga apoyando y despertando su inquietud de formarlos como ciudadanos integrales para con su futuro y la consolidación de sus cuadros irreductibles para este proceso histórico político de Venezuela.
Rubén Ismael Padilla Presidente vitalicio.
Los ateneos como bien sabemos, son instituciones privadas, autónomos. Nacieron para ser contrapeso y contracultura de las dictaduras y hasta cierto punto esa ventaja los hace ser activos o pasivos con el establecimiento del sistema político, es decir, revolucionarios o reaccionarios según el caso. Atrás queda la imagen de los señores almidonados y mujeres encopetadas cuando hablamos del Ateneo de Punto Fijo, la imagen que tenemos desde hace 50 años, es la de un Rubén Ismael Padilla, parado junto a la puerta principal de la vieja casona de la calle Arismendi, con su eterna guayabera, mirando al este con su cara de malasangre, pero que en el fondo quien pudo conocerlo bien, encontró a uno de los hombres más nobles y preclaros de este mundo. Era ver a Guillermo de León con sus culos de botella, que pareciera no ver nada; pero que le sabe la vida a todo un pueblo; rodeado de amigos que se pelean por andar con él y llenando de orgullo el gentilicio paraguanero con sus referencias nacionales.
Y aunque las instituciones no son hombres ni mujeres, son los hombres y las mujeres quienes las hacen. Por eso cuando llega la nostalgia, recordamos primero la historia de la fundación de este ateneo como idea primaria en las aulas del liceo Mariano de Talavera en 1959 y después gracias al empeño de Nhur María Játem, aquella reunión del 27 de septiembre de 1966 en su casa, junto a Rubén Padilla, Juan Toro Martínez, Jubal Mavárez, Elvia Játem de Hómez, Virgilio Arteaga Hernández, Cheché Fernández Oviol y Guillermo de León Calles entre otros. Vendrían más colaboradores a formar parte de la directiva en años posteriores, como por ejemplo: Pedro Angel Gutiérrez, Alicia Carrasquel de Obando, Ingrid Sierralta de Herrera, Humberto Reyes. Entonces también es inevitable recordar a Ramón Cobis en la puerta con su cachucha desteñida y al inolvidable Angel Arévalo paseándose el pasillo del viejo ateneo con el rojo clavel en la solapa de su traje azul. Cómo no recordar a Ana Coello reclamándole a la gente que esperara se secara el piso para que pasara a las aulas. Es acordarse del compadre Julio Colmenárez organizando la pachanga en el salón de la Coral Román González con los también compadres de Cuatrocantos y Lupe Chirino, todos acoplados en su desorden a los gritos de silencio, orden y compostura de los muchachos de la clase de cuatro que correteaban por el pasillo con la posterior carcajada alcahueta del maestro Felipe Amaya Chirinos. Es ver sentados en un mueble a Gustavo Colina, Coco Irausquin, Karina y Neptalí Rojas, ensayando con los Jóvenes Cuatristas de Paraguaná. Es recordar a nuestro Humberto Alzugaray y su poesía combativa enfrentando la discusión en la esquina de Pablo sobre el Glasnot y la Perestroiskacon David Guarecuco y Raúl Guadarrama. 
Ruben Ismael Padilla al centro con alumnos y profesores del Liceo Mariano de Talavera
Pero también era bucear el tongoneo de Morela Valdez y disfrutar la risa estridente de Dorita Hernández por algún chiste colorado de María Jiménez, era escuchar el teclear la correspondencia de la perpetua presidenta honoraria, Doris Leal de Rosendo, el taconeo de Euqueria Reyes tras la noticia o el rostro sin igual de Máximo Reyes con Tony García y Américo Parra, haciendo las picardías de la tarde con sus marionetas eróticas. Ver a un Abraham Aldama con Edgardo Morillo, Andrés Zabala y Norma Lugo, animando a los niños con sus cuentos y títeres. A un Asdrúbal Hernández y Chubeto Chirinos con Oscar Sáez silbándole a las chicas que llegaban buscando información sobre algún curso y en el entretanto del piropo en el fondo escuchar las voces de la Coral Román González dirigida por Jhan Medina apoyado por Monche Ruiz y Sorelis Mujica. Es el desfilar de niñas con su trusa negra y pantymedias rosadas, haciendo los pax de deux y copiando los dibujos coreográficos de Diana Primera, Haydí Marín Carlos Soto y Orcelis Marcano, bajo la atenta mirada de Jorge Esteva. Fue ver los primeros ensayos de Kanvahué con Alisia Polanco, Soraya Chirinos, Mónica Berríos y Zully Marval. Fue disfrutar de los tambores del Barrio Modelo y La Rosa con Lúben Martínez y Frank Yaraure. Son las locuras de Osterman Velásquez con sus perfomances o el desespero de Wilmer Yajure colgando cuadros de sus alumnos, una hora antes de la exposición. Es tanta gente… tanta gente.
Era un Vicente Hernández, un Carlos Miranda, Carlos Sánchez, Leonel Nuñez, Indiro Delgado, Charles Rodríguez, Reynaldo Hidalgo, José Bracho, Justo Barráez, Saira Romero, Mary Yagua, Luis Rodolfo Martínez  y la flaca Iraida viéndose eternamente en un Espejo y que ocasionalmente se convertía en un Terrón de Azúcar para los niños. Era Víctor Ocando tocando el piano y Pedro Luis Boada la trompeta. Tanta gente, Dios. Porque se trata de mística y compromiso, de disposición y preposición para el trabajo cultural, que aunque encerrado en cuatro paredes y lejos de lo que llamamos masificación cultural, la verdad sea dicha, era semejanza a la fiesta de algún patio de la casa vecina. Porque era gente que nunca se había propuesto rasgar una guitarra y lo logró con Emiro Querales, era hacer teatro y buscar otros horizontes y lo hicieron, como Yuri Díaz, Eduy Jiménez, Eduardo Zavala y Andrés Castillo, o fue quedarse para siempre en estas tierras como Martí Hurtado, Jorge Naranjo, Pedro Amaya y William Nieto, en otras funciones ajenas a la pasión y la locura; pero donde también el teatro ha sido útil. O es un Pepe Riera con sus peas lloronas y abrazos exaltados de fin de semana en Las Turas, otro ateneo a escasos 100 mts que albergaba el torrente de amigos después de la función. Es recordar en la cabina de sonido a Alfredo Molleja y Víctor Gavidia escuchando los conciertos que grababan y disfrutaban a escondidas con el pecaminoso licor junto a Jorge González y Humberto Díaz, mientras Leonardo Gotopo agarraba su cuatro y se iba a cantar en las parrandas con Omero Mota. Y también es rememorar las visitas de Pedro Gamboa, Víctor Hugo Bolívar, Salomón Lugo, Humberto Clark y Camilo Hurtado a la oficina, hablando de política, poesía y literatura, temas que por su pasión, nos inducía a buscar el color de una fría y espumosa rubia allá en El Imperio; pero, ojo, en El Imperio de la esquina de la Ecuador frente a la esquina de Pablo.
Era un Jesús Montilla organizando vecinos y tratando de solucionar entuertos habitacionales y sindicales con Humberto Arciniegas y Raúl Primera. Era la discusión de pasillo de Douglas Salazar y Rómulo Zabala, con airados tonos y semitonos que parecieran a punto de irse a las manos; pero ¡oh sorpresa!, no se van. Más bien se iban al Miami para encontrarse con Alexander Sierraalta y Chucho Bello y de allí con el zigzag de la ebria noche a sus casas. Digo era porque el tiempo pasa y es como la obra de Marcel Proust ¨En Busca del Mundo Perdido¨. Es ese momento del mordisco a la catalina y el sorbo del tibio té que le transportan al Combray de su infancia, con su iglesia y campanario junto a la plaza y los vecinos. Esa sensación es la misma al hablar sobre el ateneo: un vuelo fugaz, raudo de los recuerdos y de las épocas. Es tanta gente….tanta gente.
Grupo de Divulgación Folclórica Turaguas en su época de Oro 

Quizá se escapan los nombres, quizá la memoria falla; pero definitivamente, son hombres y mujeres quienes hacen las instituciones. Acudo al poeta argentino Antonio Porchia para mi salvación: ¨Hay cosas tan nuestras que las olvidamos¨. Supongo que en los próximos 50 años, habrá más olvido. Sin embargo hay todo por decir. Por ejemplo, que el ateneo es pionero del movimiento cultural en Paraguaná de la última mitad del siglo XX. Que después de su fundación, crecimiento y desarrollo, florecieron a la par casas de cultura, nuevos ateneos y fundaciones culturales en esta Paraguaná. Y que el ateneo sirvió de estímulo para la formación de nuevas agrupaciones. Que se han hecho festivales de todo tipo. Que ha sido tribuna abierta y pluralista para la discusión y crítica del pensamiento político universal. Que ha tenido ilustres visitantes y no menos importantes conferencistas. Que se ha dado el lujo de presentar eventos internacionales y montar en su escenario a los más importantes artistas nacionales. Que queda mucho para decir por tanta gente y para tanta gente…tanta gente.
El tiempo gira y en uno de sus giros me tocó el honroso privilegio de empuñar el testigo que Guillermo de León Calles dejaba en la Dirección General. Fue en Enero de 1993. Y desde entonces en lo posible traté de mejorar esa gestión con la perspectiva de tener un ateneo más ambicioso en sus proyectos. Los sueños fueron saliendo del contar novedades, del mirar actitudes, del copiar experiencias. Y fue armándose la figura de un ateneo más inclusivo de lo que era, con más participación ciudadana e institucional. Fue construyéndose una base más sólida en cuanto a la visión de su futuro.
Ya la institución rectora dejaba su estela a la nueva concepción de ser la referencia cultural del Caribe. Ya el ateneo comenzaba ser, con la vergüenza del espacio, la sala más importante de esta comarca; aunque nos mantuviéramos luchando por este auditorio que en buena hora ante algunas amenazas de despojo de pertenencia sobre el edificio que por derecho teníamos, solicitamos en comodato desde 1996 para acelerar la conclusión de los trabajos de un paquidermo guanábano. 
Fachada de la nueva sede.
Mientras tanto en Coro se concluía el Teatro Armonía para bien de Falcón, una decisión que nos alegraba profundamente; pero en el fondo sentíamos mezquindad y egoísmo por parte de los gobernantes de entonces. Como siempre nunca desmayamos y seguimos trabajando. Es lo mejor que sabemos hacer y si bien los indicadores de gestión de cualquier gobierno se manejan con tangibles, es decir con infraestructura e inversiones mil millonarias, nada de esto tiene comparación con el incalculable valor y el enorme impacto social del intangible que genera, produce y multiplica la cultura: gente y más gente que en la hermosa y permanente diversidad le da un color a la patria, una forma al país, una identidad a la nación y un excepcional bien a la tierra que día a día nos alimenta con su naturaleza y sus saberes.
Y he aquí una reflexión que conlleva a profundizar en el concepto. La cultura moderna es el cultivo de la "espiritualidad" humana; la cultura en la modernidad es el camino hacia la humanización. La humanidad, entonces, a través de la cultura debe encontrar su espíritu para ser libre. Y aquí también recuerdo a José Martí cuando decía que ser cultos nos hace libres. En efecto, quien cultiva su espíritu orientando sus inquietudes, sus angustias, sus temores, sus querencias, sus amores y sus pasiones en la universalidad de las artes, las ciencias y los libros, sin duda tendrá una mejor visión y disposición de servicio para la construcción del futuro y, claro está, de valoración por las costumbres y tradiciones que es también respeto por los saberes y cultores. De eso se trata: de compromiso, de cumplimiento de fe, porque cuando la espiritualidad toca nos invade la fe. No tanto por lo que pueda venir o podamos esperar en la providencia divina, sino en lo que podemos hacer por el prójimo, porque creemos y tenemos fe en él, y por supuesto en nosotros mismos, en la capacidad de respuesta que demostramos frente a circunstancias, muchas veces adversas al deseable para poder cumplir el objetivo.
En ese sentido el ateneo puede considerarse una escuela, porque asimila la experiencia de un saber que se construye a partir de otro saber, ya no como desarrollo y repetición, sino como ruptura, como proyección, como transformación, con el fin de realizar un fenómeno o un acontecimiento de manera exitosa o satisfactoria. O dicho de otra manera, el papel de una institución como el ateneo comienza con ese principio de la incertidumbre en el que el estímulo a la creación emerge de la recreación y viceversa. El organismo administrador construye su propio modelo de gestión y edifica su relación de institución – comunidad y ello establece lo que debe ser el tallado de la institucionalidad de los nuevos tiempos, partiendo de la existencia de la multiculturalidad y en consecuencia de una pluralidad de conductas, de intereses, de posibilidades y en general de tareas a realizar, considerando que la participación social y cultural se diversifica en múltiples agentes cuyas tareas son muy variadas, pues pueden transitar de la mera conservación de ciertos valores culturales, pasando por su reproducción, hasta postular su evolución.
Gustavo Colina imagen del Aterneo en el mundo.
Son 50 años de un ateneo que, como un puente, ha visto correr el agua, en oportunidades con la furia del aluvión y en otras con el desplazamiento lento de un manantial que se niega a morir; pero que amorosamente sigue su noble misión de calmar al sediento que llega. Son 50 años de recibir y despedir ateneístas, alumnos formados en las aulas y sembrados en toda la geografía falconiana y parte de Venezuela. Y sin embargo, ahora es cuando tiene que dar. Esta sede es complemento de esos sueños que siempre hemos tenido y qué bueno que haya sido Jesús Montilla quien concluyó los trabajos de construcción. Qué bueno que fue un ateneísta en su investidura de Gobernador y gracias a su sensibilidad y valoración al ser humano, a Jesús Montilla debemos que este ateneo lleve el nombre del referente más importante de la lucha cultural en Falcón, Rubén Ismael Padilla.
Tal vez se borren algunas imágenes de la antigua sede –que ahora es la Escuela de Danza del Ateneo- y comiencen las de este sitio, con otros corazones, otras esperanzas, otras perspectivas, otros sueños. Es evidente que la sangre nueva intentará mejorar lo que está hecho. Es lo absoluto y relativo de ese contexto paradigmático y es lo que tanto ateneístas de ayer y de hoy exigen. Obviamente se requerirá el concurso y la participación de todos. Y por supuesto, continuará la lucha por un presupuesto acorde para con su desarrollo y una captación de recursos financieros como autogestión que en los parámetros de la dignificación del esfuerzo, deberá hacerse vigente.
Dicen que después de los 50 la vida se torna más interesante. La productividad es más plena y la experiencia ayuda a resolver situaciones difíciles y observarlas con otro criterio. Que la paciencia se profundiza y la sapiencia se reproduce y se enriquece con lo vivido cada día. Después de los 50 este ateneo en definitiva será otro y quienes hemos tenido la fortuna de compartir con él, sabemos que será a futuro el único de nosotros que se mantendrá en pie, perpetuando como suelen hacer los viejos cultores de la literatura oral, la recitación de nombres de ese contingente de músicos, pintores, teatristas, cineastas, bailarines, titiriteros, poetas, amigos y locos que transitaron sus espacios, confirmando así que la mejor riqueza y el verdadero patrimonio que una institución puede tener es el recuerdo del ejemplo y trabajo de tanta gente…tanta gente, siempre presente y consecuente, como hoy en su medio siglo. 

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